¡Feliz Día de la biblioteca!

Posted on 24 de octubre de 2016 por

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Cualquier Estado, cualquier entidad, cualquier ideología que se niegue a aceptar el valor de la dignidad, los Derechos Humanos, es un Estado inservible.

Feliz Día de la biblioteca.

Os traemos el episodio 65 de La dimensión desconocida («El hombre obsoleto»), estrenado el 2 de junio de 1961, para reforzar una idea que hemos defendido desde nuestro inicio

…las bibliotecas no van de libros, van de democracia.

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Pincha en la imagen para ver el capítulo (sentimos el trámite de la publicidad previa)

Para quienes no queráis (o podáis) ver el vídeo completo, aquí tenéis el argumento debidamente enmascarado. Sólo tenéis que seleccionar los párrafos para hacerlos visibles.

En un Estado totalitario del futuro, Romney Wordsworth es  llevado a juicio acusado de ser obsoleto. Su trabajo como bibliotecario es un crimen castigado con la muerte toda vez que el Estado ha prohibido los libros y la literatura. Es un hombre religioso, lo que agrava su crimen ya que el Estado ha demostrado que no hay Dios. Es procesado por un tribunal presidido por el Canciller y se resuelve que deberá ser ejecutado al no ser útil para el Estado.

Se permite a Wordsworth elegir su método de ejecución, así que solicita que se le conceda elegir a su asesino, que será el único que conozca el método de ejecutarlo. También solicita que su ejecución sea televisada a nivel nacional. Pensando en que el espectáculo ayudará a mostrar al público lo que sucede cuando los ciudadanos no son de utilidad para el Estado, el tribunal concede ambas peticiones.

Se instala una cámara de televisión en el estudio de Wordsworth para retransmitir sus últimas horas y su ejecución en directo. Llama al Canciller, quien accede a la habitación, y, tras una breve conversación, Wordsworth le revela que el método elegido para morir es una bomba programada para explotar a medianoche en ese lugar. Explica que la reacción que será de interés para la gente no es la de Wordsworth, sino la del Canciller, ya que la puerta está cerrada y no hay nadie fuera para ayudarle a escapar. También señala que, como todo se retransmite en directo, el Estado puede correr el riesgo de perder consideración entre los ciudadanos al tratar de rescatar al Canciller. A medida que pasa el tiempo, la calmada aceptación de la muerte por parte de Wordsworth contrasta cada vez más con el estado de pánico que muestra el Canciller.

El Canciller suplica desesperadamente que le dejen salir «en nombre de Dios». Wordsworth consiente y lo libera. El Canciller sale de la habitación y la bomba explota justo cuando baja las escaleras. Wordsworth muestra una expresión de paz en sus últimos segundos de vida.

En la escena final, el Canciller regresa al tribunal y descubre que su propio subalterno lo ha reemplazado y que él mismo ha sido declarado obsoleto. Parte del público de la sala se abalanza sobre él. Grita rechazando su obsolescencia y expresando su deseo de servir al Estado pero la multitud aparentemente lo mata.

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