Hablar de ciberespacio es hablar de una entelequia. La palabra “espacio” nos hace pensar en un territorio dotado de algún tipo de estructura y, por lo tanto, de límites, los veamos o no. Sin embargo, añadir ese prefijo “ciber” lo convierte en una palabra de aspecto tan blando como difuso. Los espacios tienen un orden, impuesto o congénito, unas estructuras, unas fronteras o una delimitación artificial que nos permita etiquetar y ubicarlos en un mapa, dentro de algún callejero o habilitar una estructura de puzzle. Países, callejeros, mapas, son todo intentos de sistematizar y ordenar un concepto de por sí vago.
Determinar lo indefinido es mentar el ciberespacio: donde sucede todo lo que sucede, sea lo que sea y como sea, en pantallas de ordenador, en mundos digitales prolijos de códigos y chips, de nubes y redes, de tanta y tanta semántica gastada. ¿Es esto lo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en ciberespacio? ¿Un escenario plateado y brillante de decorado de ciencia ficción?
Leemos una breve nota de Michael Lind muy reveladora al respecto y que incita a la reflexión. Ya, en su título, Stop pretending cyberspace exists : treating the internet as a mythical country make us dumber, nos invita a cuestionarnos la naturalidad de estas etiquetas. Lind nos recuerda que el término fue acuñado por William Gibson en su novela “Neuromancer” y se definía como una “representación gráfica y abstracta de los bancos de datos de todos los ordenadores diseñados por humanos”. Desde ese punto de vista, aduce Lind, el ciberespacio es una metáfora tan coherente y completa como la «Nueva Frontera» de John F. Kennedy. Ahora bien, si partimos del hecho de que empleamos una imagen retórica, literaria casi para definirlo, el autor se pregunta por qué ciertos grupos de lo que el llama tecnoanarquistas de derechas e izquierdas acusan a los gobiernos o a las empresas de estar colonizando el ciberespacio. ¿Se puede dominar o colonizar una abstracción? ¿Podríamos decir que alguien o algo quiere colonizar o invadir ese “Nueva frontera” kennedyana?.
Con mucha ironía, Lind dice que el ciberespacio es algo así como un chollo: no es un universo paralelo pero coexiste con nuestro mundo en una dimensión diferente. Y, claro, usar esa imaginería de un mundo ficticio, de un país imaginario, lo sitúa en una especie de limbo según el cuál es difícil exponer argumentos racionales acerca de injerencias gubernamentales o explotación comercial en lo referente a las tecnologías de información y comunicación contemporáneas. El autor nos recuerda también que no somos “ciudadanos del ciberespacio”: las actividades que tienen lugar en Internet se desarrollan desde países concretos, con servidores y tecnología concreta, ubicada en un lugar concreto. Son entidades físicas situadas en territorios soberanos. Y un usuario de Internet sentado ante su ordenador en California, está sujeto a la legislación de California en el uso que hace de esa tecnología. Por lo tanto, presentarse como “ciudadano del ciberespacio” sería lo mismo que presentarse en un aeropuerto con un pasaporte del Reino de Oz (risas aquí, por favor).
Concluye Lind que no tiene sentido decir que tal o cual país extiende su jurisdicción “hacia” el ciberespacio: sería absurdo reclamar una soberanía sobre una entelequia y los estados ya tienen legislación que regula el uso de las telecomunicaciones. Y también sobre lo que sucede dentro de sus fronteras. El tema está en CÓMO esos países ejercen esa autoridad y eso es lo que debe debatirse. Los habrá que aprueben medidas sobre el tráfico y uso de datos más abiertas, generalmente teniendo en cuenta cuestiones como la libertad personal y la mejora de las relaciones comerciales. Y habrá también los que pretendan ejercer un abuso de poder y un control absoluto de las telecomunicaciones, es decir, los que pretendan restringir la libertad personal . Estas malas prácticas, según el autor, no eximen a los gobiernos que sí legislan de forma razonable, de ejercer su autoridad si esta es requerida.
Para Lind el peligro de considerar el ciberespacio como un lugar mítico e intangible, llamémosle Oz o Sildavia, está en que se convierta en un territorio comanche sin ningún tipo de control, donde no exista la responsabilidad como tal, quedando ésta diluida en un lugar sin límites estrictos. El tema, como él mismo menciona, está en dónde limitamos, dónde restringimos o por dónde cortamos si tenemos que hacerlo. Y quizás, es posible, tengamos que volver al principio y leer, o releer o recitar como un mantra, lo que Tim Berners-Lee dice sobre la libertad y la neutralidad de la red. Y, como siempre, debatir.
Maria-Jesus del Olmo (@MJbibliotecaria)
11 de marzo de 2013
Tema candente, peliagudo y en boga. Todos deberíamos estar atentos sobre dónde nos movemos, en qué plataformas, con qué intereses, con qué dueños y bajo qué normativa. El caso de Pinterest pidiendo a los usuarios que retiren fotos con «culetes lejanos» y nada obscenos nos recuerda que las plataformas que usamos no están totalmente a nuestro servicio. Censuras, libertades, acceso, derechos… todos son asuntos que tendríamos que tener en cuenta para, al menos, ser conscientes del esperpento.
Espero que haya más reflexión crítica sobre la base de este magnífico post y las ideas que apunta Lind. !Leamos! !Critiquemos y comentemos!
Natalia Arroyo
11 de marzo de 2013
Sea tangible o no, la realidad es que se trata de un espacio sin regular, algo de lo que muchos se están aprovechando para marcar sus propias reglas hasta que alguien les diga lo contrario. Mientras tanto, los usuarios nos sentimos completamente desprotegidos y sujetos a legislaciones de países lejanos.
Felicidades por el post 😉
Samizdat
12 de marzo de 2013
Bien visto, Natalia. El problema que yo veo es la eterna lucha entre el orden y la censura. El orden (qué le voy a contar yo a los bibliotecarios) es deseable y, en ocasiones, esencial. Eso da pie a que algunos desaprensivos aprovechen para filtrar y seleccionar contenidos por motivos poco objetivos, lo que se viene llamando censura, vamos. Pero, claro, eso ya ocurre ahora, en el mundo 1.0, donde también estamos sometidos a esas legislaciones exóticas (y otras menos románticas). Esto funciona -creo- con una sabia y sostenible mezcla de apocalípticos e integrados, cualquiera de los extremos nos hará correr riesgos indeseables.
Sigrid
13 de marzo de 2013
Efectivamente, yo creo Natalia que la idea de Lind es esa: ojo, reflexionemos, que esto se está convirtiendo en una especie de territorio sin ley, de un lienzo vacío en el que el más rápido o el que llegue antes arramplará con todo lo que quiera o, mejor dicho, será el que dicte las leyes que quiera. Creo que da para hablar mucho: la libertad individual, la ética de la red, el poder que otorgamos alegremente a muchas compañías y la gran, inmensa, maraña de datos que anda por ahí. Y eso que no soy «ciberapocalíptica» 😉 Gracias a ti por pasar por aquí.
Pepe
6 de septiembre de 2013
La verdad es que cada vez las redes sociales nos censuran más, veremos a que punto llega esa gestión de la globalización de las redes sociales… De momento me siento muy grande con mi pequeñito adsl barato…