La web: ¿promesa cumplida?

Posted on 26 de diciembre de 2012 por

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Marie Hansen—Time & Life Pictures/Getty Images Members of the Women’s Auxiliary Army Corps

Marie Hansen—Time & Life Pictures/Getty Images Members of the Women’s Auxiliary Army Corps

Traducción de «Le web : promesse tenue ?» par Olivier Ertzscheid

Olivier Ertzscheid, profesor e investigador de Ciencias de la Información y la Comunicación en la Universidad de Nantes, conferenciante habitual y bloguero (Affordance.info) reflexiona acerca de las promesas incumplidas que la web nos está deparando.

Aclaremos algunas cosas
Para mí la web es, sobre todo, y hace más de 15 años que la frecuento, una fuente perpetua de descubrimiento y enriquecimiento (simbólico, se entiende) de asombro incluso antes las cosas aparentemente más triviales, menos esenciales. El último ejemplo para mí es este descubrimiento. El mínimo riesgo de aculturación que supone la web merece la pena a cambio de la posibilidad de compartir, es decir, la posibilidad de “presentar ante los otros” y autorizar posibles reapropiaciones, de opiniones, reflexiones, y creaciones. O las de los otros. Y los otros. Y viceversa.

Digamos algunas cosas
La web hoy ya no es esa red de redes, no propietaria y sin restricciones de acceso. Decirlo y repetirlo no cambiará tal vez nada, pero “la mayor parte del ciberespacio es un mundo cerrado, propietario y controlado por el marketing” regido por unas draconianas normas arbitrarias, leyes liberticidas y tecnologías “privativas”. Un mundo hiperterritorializado bajo el control de algunas multinacionales. La cuestión no es si la red se ha convertido en un medio de comunicación de masas, o la concentración de poder en el sector; la cuestión tampoco es la posible neutralidad de las “cañerías” de la red, ni siquiera es decidir si se ha de temer a la red como otros antes que nosotros tuvieron miedo del jazz, del rock & roll, de la TV, de los negros, de los extranjeros o quizás de los extranjeros negros que tocan jazz en la tele.

No, la verdadera cuestión es saber qué cosas cambian en un mundo en el que la mitad de los dos mil millones de personas conectadas lo están en lugares donde uno solo decide lo que es moralmente válido. La cuestión es saber en qué se convierte la cultura cuando un par de mercaderes tienen la “sartén por el mango” y pueden decidir entre ellos las restricciones de uso que impondrán sobre los bienes culturales debidamente adquiridos. La cuestión es saber en qué se convierte el imaginario de un colectivo de dos mil millones de individuos conectados cuando un solo agente tiene la capacidad de formular respuestas a preguntas que ni siquiera han sido planteadas.

La cuestión es saber si la utopía de la web puede inclinarse peligrosamente hacia una distopía. La cuestión es saber si esto será posible. El hecho mismo de plantear esta cuestión debería ser razón más que suficiente para responder con un NO. El asunto es saber quiénes son los que plantean esta cuestión ahora y si son escuchados.

Distopía
“Una distopía, llamada también antiutopía, es una utopía indeseada donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. El término fue acuñado como antónimo de «utopía» y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia, frecuentemente emplazada en el futuro cercano, donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo —generalmente a cargo de un Estado autoritario o totalitario— llevan al control absoluto; al condicionamiento o, incluso, al exterminio de sus miembros, bajo una fachada de benevolencia” Wikipedia

Esta es la historia de una utopía: reunir el conocimiento del conjunto de la humanidad en un lugar único y hacerlo accesible a todos. Alejandría, la biblioteca, hace ya mucho tiempo. Este proyecto fundacional atraviesa los siglos y construye el relato de la humanidad sobre sí misma en el espejo del conocimiento que produce. Este proyecto utópico, esta utopía rediviva que era la web, que lo sigue siendo. La web sería ese lugar.

Es la historia de una distopía. Una torsión de la historia en la que no se da a leer más que el lado oscuro de las promesas que contenía la utopía original.
La web contenía la promesa de la abolición de los filtros editoriales. La promesa de que cada uno pudiera escribir, compartir, producir, publicar. Promesas firmes. Tiempos revueltos, donde las industrias que tradicionalmente filtraban la información (prensa, televisión) han vuelto a encontrar su rumbo y han conseguido reinstalar sus valores y experiencias, para cohabitar, a veces con dificultad, a veces armoniosamente, con ese conjunto de “no filtrados” que son los internautas. Pero además han surgido nuevas corporaciones de intermediación y filtrado de la información sin el bagaje de los medios de comunicación tradicionales. Estos nuevos filtros se convierten a menudo en nuestros únicos referentes, en nuestro entorno y en nuestro contexto. Sus nombres son Google, Facebook, Apple y Amazon.

Fake-checking
Deberían darnos la posibilidad de buscar, pero no. Nos dirían qué queremos encontrar y nos mostrarán las respuestas sin darnos ni siquiera tiempo de plantear las preguntas.

Ellos que fueron la promesa de lo otro, del encuentro, de la apertura, tanto en el mundo como en la cultura; en otros mundos y en otras culturas. Ellos, han clasificado “El origen del mundo” de Courbet dentro de la sección de «pornografía» y hacen de un pecho desnudo la infranqueable frontera entre una representación autorizada de la maternidad y la desnudez prohibida. Uno de los mayores riesgos de esta “web pudibunda” es que se convierta en una “web moribunda”.

Ellos que fueron la promesa de la lectura, vinieron con nocturnidad a quitarnos algunos de nuestros libros.

Ellos que fueron la promesa ofrecida a la voz de los pueblos, la promesa del turno de las revoluciones, y la promesa de ser una caja de resonancia planetaria. Ellos son, ante todo, los aliados del poder.

Ellos que debieron dejarnos explorar las islas a las que sin nosotros no hubieran llegado nunca, nos muestran islas inexistentes.  Islas, ilusiones, desilusión.

Ellos que fueron la promesa de tantas claves para la comprensión hoy retenidas por ellos mismos; ellos que fueron la promesa de un saber inmenso: libros, películas, música, al alcance de todos. ¿Cómo podemos aún confiar en compartir algo con ellos? ¿Cómo imaginar delegar en ellos toda la tarea?

Ellos no son la web
La web no es la pseudo-democracia del Pagerank. La web no es el totalitarismo de pacotilla de Facebook. La web no es un supermercado de aplicaciones. La web no es un algoritmo. La web no es un programa. La web no es una aplicación.

Un hombre. Una página. Una dirección.
Todos estos ejemplos, todas estas promesas rotas ya no pueden ser considerados como excepciones que confirman la promesa original de la web. Porque la promesa original de la web es otra cosa. Es la promesa de “todos propietarios” “todos co-propietarios”. Que pudiéramos convertirnos en propietarios de nuestro espacio –de alojamiento-, que habláramos todos el mismo lenguaje –HTML- y que si sintiéramos la necesidad, podríamos, todos, siempre, hacernos oír, sólo cuando tuviéramos la intención de hacerlo. Un hombre. Una página. Una dirección.

Recuerdo que esta era la promesa original de la web.

Hoy día cada hombre conectado dispone de multitud de páginas. De multitud de direcciones. Los promotores y oficinas de viviendas de protección oficial -en libre o falseada competencia- pueden convertirnos de un plumazo en personas sin techo. Pero la web no es la vida real. Cada uno puede o podrá todavía (re)construir su casa, tener su dirección y hacer oír su voz.

Cuando sople el viento, nos llevará
Cuando Google se derrumbe, Facebook caiga y Twitter enmudezca, comprenderemos que la oportunidad ofrecida por la invención de la web, el regalo de Sir Tim Berners Lee, nos involucra a todos en su construcción como propietarios sociales. Hoy somos dos mil millones y mañana se unirán 4 mil millones más. Y entonces, todos juntos, recuperaremos la promesa de la web.

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Posted in: Caña, Drink-Tank