Annie Talvé, (2011) «Libraries as places of invention», Library Management, Vol. 32 Iss: 8/9, pp.493 – 504. DOI:10.1108/01435121111187860

State Library of NSW, Australia
Estamos en 1995. Un escogido grupo de bibliotecarios australianos se reúne para debatir el futuro de las bibliotecas y coloca en el punto de mira un año distante, el 2010: el futuro.
Tratan de imaginar qué ocurrirá en ese futuro impredecible a la luz de los avances bibliotecarios de la primera mitad de los 90, cuando la automatización es ya un hecho por el que se llevaba décadas trabajando, y en poco tiempo se ha empezado a hablar de distintos modelos de biblioteca, donde resuenan sobre todo dos términos: la biblioteca electrónica y la biblioteca virtual.
No estábamos tan en las antípodas cuando pudimos leer en la misma época en España el libro de Nuria Amat «La biblioteca electrónica» (FGSR, 1990) que recogía las profecías que pronosticaban para el año 2000 un sistema generalizado de acceso a la información electrónica que podría o bien aumentar o bien disminuir la llamada «rentabilidad cultural» de las bibliotecas. Y en 1995 José Magán Wals («Tratado básico de biblioteconomía», UCM) nos advertía que la biblioteca virtual era una pobre versión de la biblioteca electrónica que estaba sirviendo para restringir el acceso a los recursos, que de ser universales pasarian a ser sólo para quien pudiera pagarse el acceso.
El debate de los 90 se centró en el dualismo entre la biblioteca virtual y la biblioteca como espacio real. Recordemos el uso del adjetivo virtual para hablar de realidad virtual, que se asumía como algo ilusorio, intangible, atractivo y hasta maravilloso, pero quizá esquivo y hasta engañoso. La realidad virtual era la ciencia-ficción en nuestras vidas.
Pero volvamos a Australia. La autora de este artículo publicado en 2011 en la revista Library Management, Annie Talvé, nos cuenta cómo en una reunión profesional a finales de los 80 donde se presentaba un nuevo edificio tuvo la primera impresión de que una biblioteca se podía convertir en un lugar muy especial para las personas, que un nuevo espacio podía ser el catalizador de las ideas sobre el futuro papel de bibliotecas y bibliotecarios, el lugar donde las nuevas tecnologías podían dar lugar a nuevas ideas y nuevas prácticas, y donde se podría dar un cambio en las relaciones entre bibliotecarios y usuarios.
Tras una amplia encuesta nacional llevada a cabo en Australia en 1995 sobre el papel que deberían jugar las bibliotecas en la nueva «economía del conocimiento» se publicó un informe que concluía que las bibliotecas podían efectivamente jugar un papel no sólo importante sino vital. (Hablamos de Australia, un país cuyas bibliotecas son en 2010 su recurso público mejor valorado y más usado, que consigue más visitantes al año que todos los grandes eventos deportivos juntos).
Ese mismo año de 1995 se producía la reunión de bibliotecarios (con la que abría este texto) de la Biblioteca Pública de Nueva Gales del Sur que se propuso analizar las tendencias con el objetivo de diseñar cuatro posibles escenarios de futuro para las bibliotecas. Y situaron el futuro en 2010.
Tres de los escenarios diseñados se centraban en el desarrollo de tecnologías digitales, en nuevos desafíos, e incluso contemplaban la extinción de las bibliotecas. Nunca estamos libres de predicciones apocalípticas.
Pero el cuarto escenario planteaba un futuro que se ha cumplido mucho más: un mundo en crisis medioambiental, privatización de servicios y espacios públicos, crisis alimentarias, desarrollos urbanos centrados en los espacios privados… ¿les suena? Añadan el fenómeno de la inmigración y una crisis económica provocada por el mundo de las finanzas, y ya hemos llegado al presente. En este cuarto escenario se hablaba de colaboración y sostenibilidad, de revitalizar los espacios públicos, de buscar soluciones adecuadas por y para la comunidad, de que las bibliotecas sirvieran como lugar para la creatividad, la innovación, el aprendizaje y la investigación; se redefinía la biblioteca como «un lugar al que acudir».
Y tras el repaso de qué se ha cumplido de esto en los últimos 15 años, con interesantes ejemplos australianos y entrevistas a bibliotecarios protagonistas, nos plantea las autora cuáles serán las tensiones que van a configurar los espacios bibliotecarios en los próximos 15 años:
- Lo tangible, lo corporal, lo terrenal. Paradoja del mundo moderno, dice: a medida que somos más virtuales, más necesitamos espacios reales, como un nido donde dejar descansar nuestras mentes interactivas.
- Ambos lados del cerebro. Neurólogos y psicólogos están de acuerdo en que la cognición descansa tanto en los sentidos, los sentimientos y la intuición como en la lógica y el raciocinio. Las bibliotecas deben encontrar el modo de poner a funcionar «su lado derecho del cerebro» para proporcionar sensaciones y experiencias, no sólo información y conocimiento.
- Los espacios neutrales, que no te exijen nada, donde se permite sencillamente ESTAR, no hacer ni comprar ni consumir nada. Sencillamente estar, y disfrutar de la soledad o de la compañía. Microcosmos de creatividad, en las bibliotecas confluyen las 3 T (tecnología, talento y tolerancia).
- La colaboración se impone por los recortes presupuestarios, pero también por la alimentación mutua de los distintos espacios: biblioteca/galería de arte, biblioteca/café y biblioteca/plaza son modelos que veremos.
Para terminar añado yo: …pero huyendo del modelo «centro comercial». Muchas veces he alabado las bibliotecas como supermercados, y creo que tenemos todavía muchas cosas que aprender y que imitar del mundo comercial, pero en este caso hay que decir que los centros comerciales se han convertido en la falsa plaza pública, que son un no-lugar. Que las bibliotecas son lugares reales y ayudan a humanizar los entornos deshumanizados, como explica Daniel Gil:
«pienso que la biblioteca debe ser un elemento clave, y de valor añadido, en la generación y la transformación de estos espacios impersonales, en espacios humanos, en lugares. La biblioteca y todas las energías que genera a su alrededor, son un excelente motor para la creación de lugares, y para la recuperación de estos no-lugares. Y hemos de apostar firmemente por estas acciones.» (Bauenblog)
jigalle
14 de septiembre de 2012
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José Pablo Gallo León
26 de septiembre de 2012
Hola Honorio, con este tema, no puedo dejar de apostillar.
Estoy de acuerdo casi en la totalidad de lo que indicas. De ahí la importancia de reforzar el aspecto estético y el confort de nuestras bibliotecas. Debemos dejar de centrar su diseño en la provisión y almacenamiento del libro y otros documentos (recordemos que aún en 2003 el crecimiento de la colección era la primera causa para afrontar una reforma*), para centrarlas en el usuario. Crear para él un entorno en el que apetezca estar.
Y ahí me viene la gran duda sobre tu argumentación: los centros comerciales, especialmente los de tipo ‘mall’ han demostrado un innegable poder de atracción. Tal vez sean no-lugares, pero son visitados de forma sistemática por buena parte de la población, precisamente porque ‘se puede estar’: clima, seguridad, varias posibilidades de ocio…
Un saludo,
* BENNET, Scott. Libraries Designed for Learning. Washington, D.C.: Council on Library and Information Resources, 2003. ISBN 1-932326-05-7. Disponible en: http://www.clir.org/pubs/reports/reports.html
Maria-Jesus del Olmo
26 de septiembre de 2012
JP creo que das en el clavo porque a los bibliotecarios les/nos cuesta muchas veces ponerse en el lugar de los lectores. Igual que a mí me cuesta entender que la gente se lance con fruición a tantos «beseles» me cuesta entender el gusto por los Centros Comerciales como lugares en los que estar. Para mí son centros de transacción y no creo que la biblioteca deba ir a eso. !!!Pero!!! si los usuarios gustan de esos centros, hay que considerarlo, sin duda, a eso vamos a atender lo que nos dicen los usuarios y los posibles usuarios.
Mil gracias por apostillar 😉
Honorio
26 de septiembre de 2012
¡Bienvenido sea el diálogo!
Como habéis visto yo también dudo… siempre me ha parecido atractivo el poder -de atracción, claro- de los centros comerciales, y de los pequeños comercios también. Su manera de ofrecer lo que tienen de forma absolutamente orientada al usuario -al consumidor en su caso- más que a una ordenación o clasificación previas. Y que es algo que en las bibliotecas podemos aprender, sin perder por ello nuestra identidad.
Y la otra cosa era… los espacios y la atracción del público, si los centros comerciales son eso que se llama un «no-lugar» cuando lo que queremos es que las bibliotecas sean eso que se llama el «tercer espacio» (ni tu casa ni tu trabajo). Redacté esta reseña a los pocos días de leer a Muñoz Molina este texto, y claro, me quedé con esa idea:
«No hay muchas cosas que sean de verdad imprescindibles en la vida, pero quizás una de ellas sea una buena plaza. Una plaza que abarque el mundo y a la vez le ponga límites razonables. Una plaza que sea un paréntesis y también un cauce, porque uno quiere que las cosas estén ordenadas y sean familiares y al mismo que fluyan; uno quiere ver caras conocidas y caras desconocidas, confortarse con lo reconocido y estimularse con lo nuevo, sentirse en casa y también sentirse un poco o bastante extranjero. »
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/29/actualidad/1346235595_881683.html
La idea era: la biblioteca como plaza pública, en lugar de la suplantación de la plaza pública que han hecho los grandes centros comerciales en esas ciudades o barrios dormitorio que no cuentan ya con espacios públicos.
José Pablo Gallo León
26 de septiembre de 2012
Os lo compro. La biblioteca como plaza pública o biblioteca como ágora (que suelo decir yo) o foro, pero con la misma idea: espacio para reunirse, para charlar mientras te tomas algo o ves pasar a los vecinos… y para conectarte a ver vídeos tumbado en un puff o a leer el periódico o a ver una exposición, etc. en un entorno agradable. Vamos lo que ofrece tanto la plaza pública como el centro comercial.
Una última cosa: estos últimos suelen tener una estética como poco discutible. No entiendo como pueden gustar muchos de ellos, pero tienen la ventaja del colorido de las tiendas que, esas sí, suelen cuidar el diseño enormemente. ¡Huyamos de las cajas de zapatos de Metcalf!
Maria-Jesus del Olmo
26 de septiembre de 2012
Aún abundo más! no sé si el enlace a una foto de mi perfil en FB que pongo debajo será clicable, pero es una foto de un hospital privado. Me dio una sensación de vértigo terrible entrar en un entorno tipo centro comercial y que fuera un hospital… No, no me gusta esa idea. Algo se debate en mi interior. Sabremos los bibliotecarios humanizar el no-lugar? No deberíamos extender la biblioteca a todos lados, atomizarla? Allá donde haya gente, biblioteca al canto!