Las bibliotecas que vienen

Posted on 18 de julio de 2012 por

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La enigmática y desconocida bibliotecaria que firma como «Annoyed Librarian» («La bibliotecaria irritada») publicó el pasado 5 de julio una de sus provocadoras entradas en el blog que mantiene dentro del Library Journal, en la que se lanza a discutir las propuestas del analista económico Matthew Yglesias en una entrada de la revista Slate que también hemos comentado aquí. Yglesias propone revisar las funciones tradicionales de la biblioteca como prestar libros o dar acceso a internet para quienes no se lo pueden permitir en casa, y pensar en cómo ofrecer otro tipo de servicios; para ello pone como ejemplo el préstamo de herramientas de trabajo. La «bibliotecaria irritada» desmenuza el post de Matthew Yglesias para concluir en que si bien la reinvención de la biblioteca es necesaria, la extensión de sus posibles funciones hasta el infinito, o hasta el absurdo, la abocaría a la destrucción.

Allá va el artículo:

Libraries of the Future

http://blog.libraryjournal.com/annoyedlibrarian/2012/07/05/libraries-of-the-future/
July 5th, 2012

Las bibliotecas han conseguido últimamente proyectar una buena imagen en los medios gracias a que han apostado por una carta ganadora, la de “si nos impiden prestar ebooks vamos a estrellarnos”, aunque, personalmente, mi jugada favorita es la de “por qué las bibliotecas son una inversión esencial para el futuro del país” lo que puede incluir los ebooks, o no.

Los medios ofrecen también una imagen que pretende ser positiva, pero que resulta ambigua y alejada de la realidad, como este post de Matthew Yglesias  sobre el préstamo de herramientas de trabajo como la clave para las bibliotecas del futuro. Como señala uno de los comentaristas en el blog, ilustrado con una fotografía en la que no aparece una herramienta de trabajo ni una biblioteca.

Yglesias duda, acertadamente, de que la misión de la biblioteca sea prestar comics financiados por el contribuyente, aunque conozco a muchos bibliotecarios que se le echarían al cuello por eso, en especial los muchos “bibliotecarios de comics”  que abundan en esta profesión.

Pero aunque Yglesias opina que ofrecer acceso a internet a las capas más desfavorecidas de la población es una misión mucho más importante que la de proporcionar comics, también apunta que hay maneras más eficaces de ofrecer acceso a la red para todos, como sufragar conexiones gratuitas a líneas ADSL de gama baja.

Pero esta última sugerencia no tiene en cuenta algunos aspectos; en primer lugar que  la calidad de este tipo de conexión ADSL es nefasta y las bibliotecas suelen ofrecer un acceso a la red mucho más rápido. Por otro lado, no conviene olvidar que para muchos estadounidenses ser pobre es sinónimo de holgazán y de fracasado y que, como tales, merecen su destino. ¿Por qué, entonces, incidir en esa idea de que son unos fracasados ofreciéndoles un acceso a internet lento y de mala calidad? ¿No merecen también servicios en streaming tipo Netflix Instant o porno online como el que disfrutan aquéllos que pueden pagárselo? Y, ya puestos, ¿por qué no ofrecerles suscripciones gratuitas a sitios de películas y series como Netflix Instant  y Hulu para que tengan algo que ver en internet?

Pero ¿qué estarán viendo? Alguien que no puede gastar 30 dólares al mes en una conexión a internet, probablemente tampoco tendrá un ordenador con capacidad suficiente; es evidente que no merece la pena contratar conexiones a internet si van asociadas a  ordenadores básicos tipo los del programa “un portátil para cada niño” (One Laptop Per Child).

Después de una concienzuda labor de investigación en Best Buy he llegado a la conclusión de que habría que gastar unos 400 dólares  para conseguir un portátil decente, con capacidad de procesamiento suficiente para que la conexión ADSL no parezca tan lenta.

La entrada del blog de Yglesias sugiere que los 300 dólares al año que, aproximadamente, gasta la biblioteca por persona podrían ser utilizados para contratar una línea ADSL para los hogares pobres, pero ¿y el ordenador? Incluso calculando que el equipo puede durar unos cuantos años tendríamos que contar con otros cien dólares extra al año, por persona, para que salgan las cuentas. De este modo las bibliotecas vuelven a parecernos el sitio ideal para instalar equipos de uso público, además de los libros.

Otra ventaja es que las bibliotecas disponen de personal cualificado para enseñar a usar el PC, cosa que no sucede en la mayoría de hogares desfavorecidos; pero aún hay más, algunas bibliotecas tienen expertos capaces de proporcionar orientación sobre el mantenimiento de equipos, aunque personalmente nunca he visto ese tipo de clases. Porque hay una cosa que los usuarios avezados tienden a olvidar después de algunos años y es que los PCs no se mantienen solos. Hay costumbres del día a día que se van adquiriendo   con el tiempo hasta convertirse en hábito, como no hacer clic en archivos adjuntos de correo electrónico con pinta sospechosa, ya que podrían contener un virus. (Sí, un virus, a menos que equipemos  a los pobres con MacBooks).

Y además tenemos que recordar la misión tradicional de las bibliotecas: suministrar material de lectura; leyendo su post parece que Yglesias quisiera mandarlo todo al guano para dejar espacio a las herramientas de trabajo:

Es más eficiente tener almacenes municipales de libros para que la gente se los lleve en préstamo que confiar en que la gente tenga esos montones de libros en sus hogares. Pero con el tiempo la tecnología digital ha erosionado este razonamiento lógico -aunque no ha llegado aún el día en que cada individuo posea su propio dispositivo electrónico de lectura, es previsible que acabará llegando- y parece más sensato descartar la idea de seguir almacenando libros y fijarse en otros programas, como el préstamo de herramientas de trabajo de la Oakland Public Library.

Este modo de pensar distingue entre la clase media-alta y los pobres y desfavorecidos. Desde luego que es concebible que algún día todo el mundo posea un smartphone o una tableta en la que leer libros electrónicos, pero no es igual de concebible que todo el mundo pueda pagar por leer esos libros electrónicos.

Muchos de nosotros no lo pensamos dos veces antes de comprar un libro o «comprar» un libro electrónico; al fin y al cabo, ¿qué son diez o veinte dólares si cada día me gasto cuatro en desayunar? Bajo ese punto de vista, pagar 9.99 $ por un libro electrónico merece la pena. Pero pensemos que 10 $ puede ser el coste de que tu familia cene una noche, o 20 $ el dinero que necesitas para echar gasolina al coche y llegar a tiempo al trabajo si no quieres que te despidan. Así las cosas, ya no es lo mismo y hay una clara diferencia en conseguir tu «dosis» de libro electrónico a través de la biblioteca pública.

Entonces, además de proporcionar el ADSL y un portátil decente ¿debemos proporcionar también un subsidio para la suscripción a libros electrónicos? Pongamos una tarjeta prepago de Amazon de 100 $ para comprar unos cuantos libros al año ¿qué menos, no? Incluso darían para comprar libros impresos, como esos que ha «redescubierto» la bibliotecaria Nancy Pearl y que se venden casi exclusivamente a través de Amazon (como relata este artículo) junto con la muñeca «Nancy Pearl» señalando con el dedo. Si las bibliotecas ya no prestan libros impresos siempre podremos comprarlos en los grandes almacenes.

En lugar de seguir pensando solo en la lectura, quizá deberíamos dedicarnos a considerar «qué tipos de bienes de acceso restringido necesitan nuestros usuarios debido al precio de la transacción, a aspectos  legales, o a la falta de información adecuada». Dicho sea esto en relación con una entrada de la Wikipedia que nos advierte que «necesita revisión de un experto en la materia», así que quedan advertidos (Club goods). Quizás los bienes de acceso restringido no sean bienes de uso exclusivo o de uso privativo, no soy una experta. 

Además de libros, música y películas, que podemos considerar bienes de acceso restringido por la protección que les presta la propiedad intelectual, bien podríamos fijarnos en otros bienes de acceso restringido como los cines o los campos de golf;  ¿y si las bibliotecas pudieran ofrecer también estos servicios?  Si las bibliotecas dieran acceso a todo tipo de bienes de uso restringido y no solo a la lectura, se abriría un campo infinito para extender la misión de la biblioteca, ¡el sueño de todo bibliotecario!

Después de todo, si las bibliotecas ofrecen herramientas de trabajo para bricolaje y obras domésticas, ¿por qué no otro tipo de herramientas y artefactos como batidoras, bicicletas estáticas, elípticas, pesas, consoladores, palas, podadoras, tractores, coches, cafeteras, o pipas de agua? ¿Qué es lo que no tendría sentido prestar en la biblioteca?

Francamente, me pregunto por qué las bibliotecas se dedican a competir solo con librerías cuando podrían competir con gimnasios, empresas de alquiler de vehículos y tantas otras. Nada más pensarlo se me vienen a la imaginación esos típicos pósters de campaña de animación a la lectura con famosos anunciando las virtudes de los nuevos productos y servicios ofrecidos: “conduce”, “haz ejercicio” o “fúmate un peta”.

Efectivamente, podemos dedicarnos a eso o a algo más razonable. Las bibliotecas están pasando un mal momento haciendo lo que hacen hoy día, y expandir la misión de la biblioteca hasta el infinito nos aseguraría llegar al desastre, no al futuro.

Aunque acabamos de celebrar nuestra fiesta de la Independencia el 4 de julio, Estados Unidos ya no es número uno en nada, si exceptuamos los dudosos éxitos de encabezar la desigualdad salarial, el gasto militar, o la tasa de obesidad; pero a pesar de ello, seguimos pensando que es bueno educar a los ciudadanos.

Olvidémonos pues de las herramientas de trabajo y centrémonos en los libros, incluso en libros de cómo usar esas herramientas. Invirtamos en una ciudadanía educada e informada y dejemos que los ciudadanos decidan qué herramientas compran para su casa.

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Posted in: Caña, Drink-Tank